19 de marzo de 2020

Estimados hermanos en Cristo,

Este mediados de marzo es diferente a cualquier otro. Es un momento extraño. Sus indicadores son interrupción, inconveniencia, aislamiento, desaliento, miedo, ansiedad y tristeza. El virus ha trastocado todas nuestras rutinas. Y, mientras sentimos que el virus nos ha puesto en un lugar peligroso, también sabemos que hemos ingresado a un territorio desconocido, una tierra extraña.

Esta no es la primera vez que la gente de fe ha experimentado alienación y dislocación y podemos aprender del pasado. De hecho, la historia de Israel nos da esperanza, porque es en su momento de exilio, de ingresar en territorio desconocido, cuando Dios revela toda la amplitud de Su fidelidad, Su presencia y acción en el mundo. En una palabra, el exilio, aunque trae gran sufrimiento, fue aún más un momento de gracia, porque el Pueblo de Dios vino a conocer el Dios que está cerca de ellos. ¿Cómo puede la experiencia de exilio y alienación de Israel inspirarnos para ver esta crisis como un momento de gracia? ¿Cómo podría Dios estarse moviendo en todo esto?

Permítanme sugerir algunas gracias de este momento que pueden querer compartir con su pueblo. Estas son bendiciones escondidas que podemos fácilmente pasar por alto precisamente porque estamos distraídos e incluso absortos por tanto que es negativo.

Consideren estas gracias:

La gracia de saber nuestra fragilidad. Ustedes han escuchado decir que los jóvenes toman riesgos, algunas veces riesgos realmente terribles porque se sienten invulnerables.

Bueno, no es solo los jóvenes quienes se sienten invulnerables. Incluso aquellos de nosotros que podemos contar con muchos años en nuestras vidas marchamos hacia cada día sintiéndonos en control y listos para dominar lo que sea que enfrentemos. Nuestro sentido de dominio sobre la vida es una ilusión. Somos frágiles y vulnerables y no estamos en control, incluso si no somos conscientes de eso. La gracia de saber nuestra fragilidad en el tiempo del virus nos pone en contacto con una necesaria confianza y entrega en las manos del Dios que nos hizo, quien ha caminado fielmente con nosotros y quien algún día nos llamará a casa.

La gracia de la verdadera libertad. Con el virus, nuestros movimientos están restringidos y también nuestras opciones para hacer cosas. Las opciones usuales y la libertad de movimiento simplemente no están disponibles. Si definimos nuestra libertad en términos de las opciones disponibles para nosotros, entonces el virus nos ha hecho mucho menos libres de lo que quisiéramos. Por otro parte, las restricciones que experimentamos pueden abrir una oportunidad para que reflexionemos sobre el verdadero significado de la libertad. En nuestra tradición religiosa, la libertad genuina no se trata del número de opciones que tenemos, sino de la posibilidad de darnos a nosotros mismos a Dios y a otros en amor. Jesús dice de sí mismo: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (vean Juan 10). Eso es verdadera libertad.

La gracia del tiempo. El avance de la vida ha disminuido con el virus. Menos desplazamiento, menos oportunidad de trabajar, más espacios vacíos; esto equivale a un muy alterado ritmo de vida. Tenemos más tiempo en nuestras manos, pero sin entretenimiento y deportes y reuniones sociales, no tenemos maneras de llenarlo. Esta situación inusual, incluso rara, puede forzarnos a reconfigurar nuestro sentido del tiempo. Se ha observado que, para la mayoría de los estadounidenses, la vida se vive en un ritmo pendular de trabajo y escape.

Trabajamos duro y ganamos nuestro tiempo de escape. Luego escapamos hasta que tenemos que regresar a trabajar. Pero el tiempo es más de lo que el trabajo y el escape abarcan. En nuestra tradición de fe, el tiempo del Sabbat nos pone en contacto con otra dimensión del tiempo. No es trabajo ni escape sino descanso en Dios, una atención alerta de lo que es profundo y algunas veces misterioso en nuestras vidas. Es un don para volver a imaginar el tiempo.

La gracia de los unos a los otros. El distanciamiento social es, por supuesto, la nueva normalidad durante el tiempo del virus. Sin embargo, hay otras maneras, especialmente en nuestras familias, en las cuales hemos sido empujados a estar más cerca. Estamos de frente unos a otros en nuestras casas y a lo largo de generaciones en nuevas maneras. Ese contacto trae su propia parte de tensión, sin duda. Sin embargo, nos empuja a redescubrirnos unos a otros y a valorarnos unos a otros de nuevo. Puede enseñarnos el valor de “perder tiempo” los unos con los otros. Piensen, por ejemplo, en ayudar a los jóvenes a darse cuenta de la vulnerabilidad de los miembros mayores de su familia y nuestra necesidad en general de proteger y cuidarse unos a otros. Todo esto puede despertar un nuevo sentido de urgencia acerca de “ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado”, en palabras de Jesús.

La gracia de la sabiduría. Mucho de nuestra vida ordinaria “sin virus”, está dominada por la búsqueda de resultados a corto plazo, como transacciones financieras, de negocio y de persona a persona. Lo opuesto de una mentalidad a corto plazo es sabiduría. Solamente la sabiduría abre el panorama más general de nuestra tradición de fe, de hecho, el panorama más general imaginable. La sabiduría nos da la capacidad de ver todas las cosas en términos del plan de Dios y el destino, de su objetivo final. Es en los momentos de pérdida y agitación, que somos forzados a dar un vistazo fresco a nuestras vidas y valorar las cosas que realmente importan. Este momento del virus, trastocado como es, empuja a adoptar el panorama general. Entonces podemos comenzar a nombrar y abrazar lo que realmente importa, lo que realmente cuenta.

Hay mucho de triste y serio acerca del coronavirus y su impacto en nuestras vidas y las vidas de aquellos que servimos. Todo eso es lo suficientemente real. Pero, también lo son las gracias escondidas que Dios ha dado a Su pueblo en tiempos de pérdida y exilio a un territorio que no es familiar. Todo lo que necesitamos hacer en respuesta es abrir nuestros ojos a la realidad de la presencia fiel de Dios en nuestra vida y recordar que Él camina con nosotros ahora como caminó en fidelidad con la gente en tiempos pasados. Ciertamente no queremos sugerir a la gente que todo el dolor y dificultad que enfrentamos en momentos como este se evaporarán mágicamente. Pero podemos animarlos a confiar en la promesa de Dios, revelada en el sufrimiento de Cristo, de que Él compartirá nuestro sufrimiento y al final nos llevará a una mayor participación en Su vida.

Estos son algunos de los pensamientos que han llegado durante mi oración de que Dios me guíe en maneras que puedan ser de ayuda para ustedes en su ministerio. Espero que sean de aliento.

Continuemos orando los unos por los otros.

En Cristo,

Cardenal Blase Cupich

Arzobispo de Chicago